Soñamos desde que existimos; desde el momento en que nos creamos dentro de nuestra madre. Soñamos con luces de colores que percibimos, con formas, con sonidos... Y lo mismo nos pasa cuando somos bebés. Soñamos con lo que nos rodea, con todo aquello que aprendemos día a día. Y al crecer un poco, seguimos soñando. Y soñamos con aquello que tenemos y lo que nos gustaría tener: soñamos con un castillo encima de las nubes lleno de juguetes, al que sólo puedes llegar a través del arco iris, donde puedes estar con todos tus amigos y donde no falta de nada. Y al crecer un poco más soñamos ser Supermán y salvar el mundo, o ser una princesa y que nos salve Supermán.
Hasta que llega un día en el que te tratan de maduro, de responsable. Y ese es el día en que dejamos de soñar para empezar a desear. Nos volvemos egoístas, lo queremos tener todo. Ya no pensamos en amor, ni en cariño, ni en amistad. Ahora todo eso se ha convertido en odio, avaricia y rencor. No nos queda nada de inocencia; la hemos ido perdiendo poco a poco, se nos ha escapado de las manos. Aquello que parecía que no iba a acabar nunca, ya no está.
Pero entonces eres capaz de dejar en pause la vida y pensar en lo que echas de menos, en todo aquello que tenías y no le dabas importancia. Y te das cuenta de lo rápido que pasa el tiempo. Y haces un recuento de todo lo que darías para volver a estar allí, sin preocuparte por nada, sólo con la responsabilidad y el deber de jugar. Una vez. Y otra. Y otra vez...
Y allí estás, con el cuerpo en el presente y el corazón en el pasado, soñando con volver a soñar, sin darte cuenta de que ya estás soñando...
Dios... que profund, m' encanta =)
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